RELATO - ENEMISTAD ANCESTRAL
Thyriol oteaba el frente de
batalla mientras recordaba como apenas unas horas antes, un emisario enano de
temperamento irascible se había plantado a las puertas de Tor Arlieth exigiendo
una indemnización por permanecer en aquellas tierras y dando un ultimátum a los
elfos para que se marcharan de allí o les atacarían.
Como comandante en jefe de Tor
Arlieth, Thyriol despachó al emisario enano alegando que aquella fortaleza
llevaba allí miles de años y nada ni nadie podía impedir su presencia allí. El
enfurecido enano se marchó lanzando improperios y juró por su barba que los
elfos desaparecerían de aquella fortaleza antes del ocaso.
Horas más tarde los Enanos habían
acudido con lo que parecían dos compañías de enanos armados hasta los dientes
con ballestas, armaduras y armas a dos manos.
-
“Enanos…una raza irascible y rencorosa. Tan impetuosos
que el lado fiero de su temperamento se había impuesto y les ha hecho
enloquecer hasta la estupidez” – pensaba Thyriol, mientras observaba la
escena desde lo alto de su torre – “No
hay otra explicación para esta actitud tan hostil y este ataque tan insensato.
Realmente hay que estar muy loco para atacarnos en las puertas de nuestra
propia fortaleza. Si guerra es lo que quieren guerra es lo que tendrán. La
ocasión perfecta para culminar la venganza por la muerte de mi antepasado
Charill en la Guerra de la Barba.” – pensó Thyriol mientras una sonrisa le
cambiaba el semblante.
El mago elfo dio media vuelta y
bajó al patio de armas impartiendo órdenes rápidas pero precisas. En un abrir y cerrar de ojos una pequeña
fuerza de combate estaba en formación para salir de la fortaleza.
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Los últimos rayos del sol
poniente se reflejaban en los puntiagudos yelmos y las armaduras de los
lanceros elfos de la Compañía Argéntea. Las túnicas blancas de los guerreros
Altos Elfos parecían anaranjadas bajo aquella luz.
Los Elfos se desplegaban a lo
largo de la llanura a las puertas de su fortaleza. Al otro lado de la llanura se
podían observar los estandartes enanos. Dos compañías enteras a ambos lados de
una colina en posición de ataque.
En el flanco izquierdo estaba la
patrulla de Yelmos Plateados capitaneados por Tharsus, la Guardia Plateada. En
el centro de la batalla estaban los lanceros de Althoren, la Compañía Argéntea
y los Leones Blancos de Koradrel, los Melenas Grises. En el flanco derecho en
lo alto de una colina estaba posicionado un lanzavirotes de repetición para dar
fuego de cobertura.
Thyriol no tenía ganas de perder
el tiempo ni dilatar la contienda y dio la orden de ataque total. Al unísono, todo el ejercito élfico se puso
en marcha mientras los ballesteros enanos cargaban sus ballestas para disparar
una lluvia de muerte sobre los elfos.
El mago elfo no se asustó y con
mucha convicción comenzó a tejer los vientos de la magia para crear una neblina
que protegiera a sus tropas de los proyectiles enanos pero pronto una mueca de
preocupación apareció en el rostro de Thyriol. Los vientos mágicos no le
obedecían, le resultaba imposible manejar el viento del Ghyran. Aquellos enanos
sin duda deberían tener algún artefacto o un herrero rúnico en sus filas que
estaba bloqueando los vientos de la magia.
-
“Al final
estos Enanos no son tan estúpidos como yo pensaba. Bien, así será más
emocionante el desafío” – murmuraba Thyriol.
Su arrogancia y orgullo le
impedían reconocer que había subestimado al rival y había cometido un error.
-
“¡A
cubierto! ¡Proteged al general! ¡YAA!” – Los gritos desesperados de su
primo Koradrel sacaron a Thryriol de sus pensamientos mientras dos guerreros de
los Leones Blancos se abalanzaban para proteger al general.
Mientras marchaban a paso ligero,
Koradrel atento y veterano guerrero, pudo observar como desde lo alto de una
colina situada al frente entre las dos unidades de enanos, aparecía una
espantosa máquina de guerra que abrió fuego sobre los Melenas Grises. A pesar
de su desesperado grito sus guerreros no tuvieron tiempo para nada. Una lluvia
de plomo cayó sobre los Leones Blancos destrozando a casi la mitad de sus
guerreros.
Cuando los disparos de cañón cesaron
una lluvia de saetas cayó de nuevo sobre los Melenas Grises que se protegían
con sus gruesas capas de león. Aún aturdido, Thryriol estaba cubierto de sangre
y vísceras de los valientes guerreros que le habían protegido. Miró a su
alrededor y observo con terror como otros tantos elfos yacían en el suelo con
numerosos orificios por todo el cuerpo. De nuevo, los gritos de Koradrel
sacaron a Thyriol de su aturdimiento.
-
“¡Al
bosque! ¡Vamos! Debemos entrar en el bosque para permanecer fuera del alcance
de esa aberración. ¡Althoren! Que tus lanceros nos sigan hacia el bosque,
permaneced fuera de la visión de ese cañón” – Indicó Koradrel a lo que quedaba
de sus Melenas Grises y a los lanceros que les seguían.
Estaba claro que los Enanos
conocían bien la arrogancia de los elfos y Thyriol mordió el anzuelo. Una vez a
salvo en el interior del bosque Koradrel se dirigió a su general.
-
“Mi señor,
ordene a los caballeros que se replieguen o ese cañón los va a destrozar. Nos
han sorprendido y necesitamos reorganizar el plan de batalla. Ya han muerto
muchos elfos hoy.”
-
“¡No!” –
gritó Thyriol con un brillo de ira en los ojos – “Eso es lo que esperan, ¡atacaremos! Yo me encargo de proteger a
nuestros caballeros. Tu preocúpate de atender a los heridos, recompón las filas
y preparaos para acabar con esos enanos.”
El mago elfo se dio la vuelta
dejando con la palabra en la boca a su lugarteniente y se aproximó a la linde
del bosque donde comenzó a tejer de nuevo los vientos de la magia. Koradrel no
era capaz de reconocer a su primo. La arrogancia y el ansia de venganza estaba
cegando al general elfo. Ya se habían cometido muchos errores en la batalla, ya
habían muerto muchos elfos y ahora estaba a punto de ocurrir otra catástrofe.
Los ojos de Thyriol se tornaron
blancos y mientras miraba hacia donde estaba la patrulla de Yelmos Plateados y
se concentró.
-
“Dirige a
tus caballeros contra ese cañón y eliminadlo. No temáis, estaréis protegidos
con mi magia” – le ordenó Thyriol a Tharsus, el capitán de los Yelmos
Plateados con el que había establecido contacto mediante la telepatía.
-
“Pero
señor…están demasiado lejos…” – contestó Tharsus mientras miraba hacia la
posición del cañón en lo alto de la colina pero ya no hubo respuesta, era un
orden.
Tharsus miraba hacia el cañón en
la colina y sólo vio su muerte. Miró a sus caballeros y supo de inmediato que
sobrevivir estaba fuera de su alcance. Justo antes de lanzar la orden mortal
Tharsus notó como su piel comenzaba a convertirse en dura piedra. Observó como
a sus compañeros les ocurría lo mismo. Era la magia de Thyriol que protegía a
los caballeros. En ese momento una chispa de esperanza prendió en su corazón y
lanzó la orden de ataque.
-
"¡A
la carga!" - gritó Tharsus, con su voz fría y clara. "¡A por ese cañón! ¡Lanzas en ristre!”
Pero la esperanza duró lo que
tardaron los enanos en disparar de nuevo el cañón sobre la patrulla de
caballeros. La artillería enana descargó toda su furia y ni las poderosas
armaduras, ni los escudos ni tan si quiera la magia de Thyriol pudo salvar a
los caballeros que murieron bajo las balas enanas. Koradrel fue a replicar de
nuevo, pero ante el desencajado y enfurecido semblante de Thyriol decidió no
decir nada más. No obstante, el veterano guerrero sabía que si su primo no entraba
en razón pronto iban a morir todos en aquel bosque.
El suelo comenzó a temblar,
temblaba bajo las cortas zancadas de los blindados enanos que se aproximaban
gritando y riendo hacia el bosque. Era como ver a la muerte corriendo hacia
ellos. Miró a su izquierda y derecha a la línea imposiblemente delgada de
hachas con los que había jurado defender a su general, pero su general no
respondía.
Un clamor de estridentes cuernos
enanos hizo eco a través del bosque. Koradrel saltó ante el sonido, los enanos ya
estaban allí. Los soldados confiaban él, pensó el guerrero, ¿cómo podría
llevarlos a la victoria en aquella situación? Si su general había perdido el
juicio, pensó Koradrel, ¿por qué morir en su defensa? ¿por qué pedírselo a
otros? Aplastó ese pensamiento de inmediato con un rubor de vergüenza
siguiéndolo de cerca.
¡Retírate! gritó una pequeña
parte de la mente del guerrero. ¡Sálvate! ¡Salva a tus guerreros! Koradrel
vaciló, y se rindió. Encarándose a sus Leones Blancos, colocó sus manos en la
empuñadura de su hacha y abrió la boca para hablar. Los Melenas Grises
esperaban con expectación, pero la orden de retirada murió en los labios de
Koradrel.
Mientras la mano de Koradrel
tocaba el metal, su mirada se cruzó con la de su primo Thyriol y los recuerdos
vinieron de golpe. Ese arma había sido llevada a la batalla por varias
generaciones de su linaje, pasando más a menudo de cadáver a heredero vivo que
de padre a hijo. En ese momento, un fuego despertó dentro de Koradrel, una
llama que de alguna manera se había ido apagando hasta debilitarse en las
últimas horas, pero que ahora estallaba en una nueva y radiante gloria. Koradrel
y Thyriol se miraron y asintieron con la cabeza. Todas sus dudas por fin se
desmoronaron. Vio las tropas enanas como lo que eran, un ejército de egoístas y
ladrones. No avergonzarían a sus antepasados retirándose ante tal enemigo.
-
"¡Armas preparadas!" – gritó Koradrel.
–"¡Hoy luchamos por nuestro honor!"
Y con unos gritos parecidos a los
de un león los elfos salieron del bosque y se lanzaron contra los enanos. A su
vez, Thyriol utilizó todo el poder que tenía aun a riesgo de desaparecer para
siempre consumido por las energías mágicas. Su orgullo ya había condenado aquel
día la vida muchos de sus hermanos elfos. Arriesgaría todo por intentar
sacarlos con vida de aquella ratonera.
Los vientos de la magia
comenzaron a arremolinarse a su alrededor y el mago elfo se fundió con la
tierra para después reaparecer justo detrás del cañón enano. El elfo siguió
tejiendo los vientos del Ghyran y lanzó unos zarcillos de pura magia jade que
azotaban con sus espinas a una de las unidades de ballesteros enanos que nada
podían hacer salvo morir.
El esfuerzo que estaba haciendo
Thyriol era titánico pero sabía que todavía no era suficiente y se concentró para
exprimir al máximo la energía de los vientos del Ghyran. Durante unos instantes
continuó concentrándose y descargó un poderoso torrente de magia jade sobre los
Leones Blancos. La piel de los Melenas Grises se volvió piedra justo cuando
entraban en combate. Las armas de los enanos rebotaban en la piel de los
Melenas Grises que cercenaban cabezas y extremidades a un ritmo frenético.
Pero ese torrente mágico se
volvió incontrolable para Thyriol que perdió el conocimiento y se desmayó
durante unos segundos que parecieron años. La descarga mágica había borrado de
su mente algunos de los hechizos que sabía y los vientos de la magia se
dispersaron.
En el combate los Leones Blancos
no tenían rival. Las armas de los enanos eran inservibles contra aquellos
guerreros de piedra que estaban destrozando la unidad entera. Justo en ese
momento entró en combate la otra unidad de ballesteros liderada por el Herrero
Rúnico. Parecía que ya tenían acorralados a los Melenas Grises pero en ese
instante llegaron a la carga los lanceros de la Compañía Argéntea de Althoren
igualando la contienda.
El cañón enano no podía abrir
fuego por temor a alcanzar a sus propios guerreros pero habían visto al general
elfo tendido en el suelo justo a unos cuantos metros de su retaguardia. ¿Cómo
había llegado allí? Se preguntaban los enanos de la dotación mientras hacían
esfuerzos para pivotar la pesada máquina de guerra para disparar sobre el mago
elfo.
El combate seguía igualado pero
los guerreros de Cracia tenían mucha superioridad con su piel de piedra. El
general enano utilizó entonces la magia de sus runas para dispersar el fatal
hechizo y lo consiguió, pero para cuando terminó de deshacer el encantamiento
los Leones Blancos ya habían destrozado toda la unidad de ballesteros a
excepción de su valeroso campeón. El orgulloso y valiente enano era el único superviviente
de su unidad pero lejos de caer presa del pánico, allí seguía plantando cara a
los guerreros elfos.
La batalla estaba ya muy decidida
y cuando el general enano decidió ordenar la retirada ya era demasiado tarde.
Los lanceros de Althoren derrotaron a la unidad de ballesteros del general
enano y los Leones Blancos, muy diezmados, consiguieron al fin dar muerte al
poderoso campeón enano.
Thyriol recobró la consciencia
justo en el momento en el que vio como el cañón enano estaba apuntándole y los
enanos se afanaban por encender la pólvora. Rápidamente el mago elfo tejió de
nuevo los vientos del jade y se volvió a fundir con la tierra para desaparecer
ante los ojos de los atónitos enanos. La dotación enana observó el resultado
del combate desde lo alto de la colina y al no localizar ningún superviviente
decidieron marcharse del campo de batalla. Estaban rodeados y frente a un
poderoso mago elfo que parecía aparecer y desaparecer a voluntad.
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“Hoy hemos
conseguido la victoria a un precio muy alto mi señor” – susurró Koradrel a
su general mientras regresaban hacia la fortaleza.
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“Muchos
años han pasado desde que no había una victoria sobre los enanos en estas
tierras querido Koradrel. Nuestros antepasados pueden estar orgullosos de
nosotros. Pasará mucho tiempo hasta que esos enanos vuelvan a intentar
expulsarnos” – contestó Thyriol con un aire de arrogancia en sus palabras.
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“Sí mi
señor, pero tarde o temprano llegará ese día. Los enanos volverán. Son una raza
que ni olvidan ni perdona y no podemos volver a perder tantos hermanos como
hoy…”
-
“Nuestros
antepasados pueden estar orgullosos de nosotros” – le interrumpió Thyriol
mientras se alejaba con una sonrisa en el rostro.
Koradrel cerró los ojos, miró al
suelo y negó con la cabeza mientras veía como su general cruzaba las puertas de
la fortaleza élfica.
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