RELATO - EL SACRIFICIO DE NAGGA
El agua del mar brillaba bajo los suaves rayos del sol. Las olas
chocaban suavemente contra la nave élfica fondeada a pocos metros de la playa. La
única zona para poder realizar un desembarco tranquilo en aquella costa tan
escarpada era aquel remanso natural rodeado de lo que parecían ruinas de alguna
civilización ya olvidada.
Caledrian supervisaba el disciplinado desembarco, su condición de mago
le otorgaba el rango más alto de aquella tripulación. Hace un par de días
recibieron la orden de acudir como refuerzos para la guarnición de Tor Arlieth.
El general Thyriol, comandante en jefe de las fuerzas de Tor Arlieth, había
recibido recientemente el ataque de un ejército enano al que había podido
resistir a duras penas. Pero a pesar de haber vencido, Thyriol solicitó la
llegada de refuerzos. No se fiaba de los rencorosos enanos. Además, los
informes de las ultimas batidas de sus exploradores no presagiaban nada
bueno. Hablaban sobre un ejército
imperial que se estaba congregando al Este de Tor Arlieth y donde se habían
visto entrar y salir de campamento imperial emisarios enanos.
Por todo ello Thyriol desconfiaba y había solicitado refuerzos. En
especial necesitaba más lanzavirotes y potencia de fuego. Por ello Caledrian
acudió a la llamada de Thyriol con un destacamento de Lothern formado por dos
lanzavirotes y un regimiento de Guardia del Mar pero también acudía él mismo
con su propia escolta personal formada por Maestros de la Espada de Hoet.
El desembarco fue tranquilo, rápido y disciplinado. Aquellos soldados de
Lothern era auténticos expertos en asuntos navales. Una vez en tierra firme
comenzaron la marcha hacia Tor Arlieth avanzando entre las ruinas de antiguos
edificios. En una era ancestral debió levantarse en aquel lugar una ciudad enorme.
Ahora no quedaba ni un sólo edificio en pie, solo ruinas y escombros.
En ese momento Caledrian tuvo un oscuro presentimiento. Algo no iba
bien pero el terreno no era el mas propicio para poder divisar nada mas
adelante, una enorme colina dificultaba la visión. Decidió dividir sus tropas
para bordear la colina. Los lanzavirotes rodearían la colina por el lado
izquierdo y la Guardia del Mar y los Maestros de la Espada irían con él por el
lado derecho.
Tras la colina había un gran trecho de campo abierto pero en la
lejanía, entre más ruinas y escombros los agudos ojos de Caledrian no daban
crédito a lo que podía distinguir. Un
ejército de Elfos Oscuros formaba al otro lado de la llanura. Como si supieran
que venían y les estuvieran esperando. Aquello no había sido un encuentro
fortuito.
Los dos ejércitos se encontraron en la llanura que había entre
aquellas antiguas ruinas. Mientras sus orgullosos estandartes ondeaban al
viento, los Altos Elfos se desplegaron en sus posiciones.
En el flanco derecho del ejército, Caledrian formaba junto con el
regimiento de su guardia personal, con sus armaduras y uniformes profusamente
decorados. El propio Alto Mago se erguía orgulloso junto a sus guerreros
mientras hablaba con Hallorien, capitán de los Maestros de la Espada de Hoeth.
A la izquierda de Caledrian, formando el centro de la línea del
ejército, se hallaban la unidad de Guardias del Mar de Lothern resplandecientes
con sus yelmos ornamentados y sus cotas de placas parecidas a las escamas de un
pez con sus lanzas y arcos preparados para el combate. En el flanco izquierdo,
al otro lado de la colina, dos Lanzavirotes de repetición estaban siendo
colocados rápidamente en posición de disparo.
Frente al ejército Alto Elfo, al otro lado del campo de batalla, se
encontraban las formaciones del ejército enemigo. Al frente de un regimiento de
Guardia de la Ciudad, Caledrian reconoció a Nagga, la hija de la oscuridad. Sin
duda, aquella oscura hechicera entregada a Slaanesh comandaba aquel ejército.
La hechicera gritó órdenes entre los druchii haciendo gestos con una mano
mientras que con la otra saludó de forma burlona a Caledrian.
A la izquierda de la Guardia de la Ciudad de Nagga se encontraba un regimiento
de caballeros elfos oscuros montados en viscosos Gélidos. Caledrian se preguntó
si las flechas podrían atravesar la gruesa piel de aquellos repugnantes
lagartos gigantes.
A la derecha de Nagga se podía ver una unidad de ballesteros
acompañando a la dotación de un lanzavirotes destripador. Caledrian se había
enfrentado ya a ellos en el pasado y sabía perfectamente lo mortíferos que
podían ser. Todos los guerreros Elfos Oscuros estaban dominados por un odio
irracional que les impediría ceder terreno en combate o reconocer la derrota.
Caledrian sabía que no tenía muchas posibilidades si salía a campo
abierto, pero también era conocedor de que el alcance de los proyectiles Asur
era mayor por lo que no lo dudó. Levantó su mano, dio la orden de atacar y el
sonido de los cuernos de guerra de los Altos Elfos resonó en aquella llanura.
En menos de un instante, grandes nubes de flechas élficas surcaron el cielo,
dibujando un arco hacia el enemigo al mismo tiempo que los lanzavirotes
descargaban toda su potencia sobre el enemigo. La muerte cayó sobre la Guardia
de la Ciudad de Nagga que se vio sorprendida por la rapidez del ataque.
Sin dudarlo, todo el ejercito elfo oscuro se lanzó al ataque
atravesando la llanura. Las garras de los Gélidos estremecían el campo de
batalla. Los druchii, ebrios por el odio, dejaron escapar sus terroríficos gritos
de guerra. Al oírlo, Caledrian sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.
El grito de guerra de los Elfos Oscuros retumbaba con cientos de años de odio. Esperaba
que sus soldados resistieran aquella sensación de pánico al oír aquellos
terribles gritos de guerra.
Los Elfos Oscuros no titubearon en su avance a pesar de la lluvia de
flechas que abatía a sus guerreros. Aunque malignos, eran Elfos, y tenían la
disciplina y el coraje propios de estos.
Los Elfos Oscuros estaban ya mucho más cerca. Caladrian intentó tejer los vientos de la
magia para proteger a sus guerreros, pero sintió como sus manos quemaban al ser
alcanzado por una descarga de energía maligna proyectada Nagga que le rompió la
concentración. Nagga era jóven pero dominaban la magia oscura. Caladrian murmuró
otro hechizo, pero también fue dispersado por Nagga.
Con grandes zancadas los Gélidos estaban aproximándose, el suelo temblaba.
Aquellos saurios provocaban autentico terror. En el preciso momento entre
aguantar la posición o caer en el pánico, dos Gélidos se desplomaron
bruscamente atravesados por un enorme virote procedente de uno de los Lanzavirotes
de los Altos Elfos del flanco. Caladrian vio cómo ambos caballeros eran
derribados de sus sillas y aplastados por la caída de su propia montura.
Un grito de júbilo recorrió el regimiento de Guardia del Mar que
rápidamente lanzó otra lluvia de flechas sobre el resto de caballeros Gélidos
que se aproximaban. Las flechas encontraron con precisión los huecos en las
armaduras druchii. Darathril, el capitán de la Guardia del Mar apuntó y disparó
sobre un caballero elfo oscuro y al instante pudo ver como de uno de sus ojos
salía la mitad de la flecha. Con un agónico grito, el caballero druchii cayó
hacia atrás de su silla. El resto de los caballeros druchii fue abatido por las
certeras flechas de sus soldados. Caladrian respiró al ver que la amenaza mas
inminente había sido neutralizada. No le duró mucho la alegría al contemplar
como los Elfos Oscuros destruían de un solo disparo uno de los preciados
lanzavirotes Asur.
Un siniestro siseo le sacó de su consternación cuando los ballesteros
druchii de la Guardia de la Ciudad abrieron fuego contra la Guardia del Mar
causando bajas y Nagga aprovechó para lanzar su oscura magia contra los elfos.
Mago y hechicera continuaban enfrentándose, cruzaron más hechizos pero
por el momento sin resultado. Hasta el momento, la magia no había tenido
ninguna influencia en la batalla, pero Caladrian sabía que esa condición podría
cambiar en un instante y que entonces empezarían a ocurrir cosas terribles.
La ventaja de los Asur en aquella batalla eran los proyectiles y por
ello no podían parar de disparar ni un instante si querían sobrevivir. Sobre
las unidades de los Elfos Oscuros llovían más y más flechas Asur. Con sus
tropas tan cerca del enemigo, las Guardia del Mar concentró sus disparos en los
ballesteros de Naggaroth, para no arriesgarse a alcanzar por accidente a sus
propias tropas. Gritos escalofriantes rompían el aire a medida que los Elfos
Oscuros eran abatidos por las flechas y finalmente el regimiento de ballesteros
colapsó y salió huyendo. El pánico venció al odio y los ballesteros druchii
corrieron a salvar sus vidas.
Finalmente los regimientos personales de ambos magos chocaron
brutalmente. Los Maestros de la Espada cargaron contra la Guardia de la Ciudad
de Nagga como una ola de acero. Era el combate que decidiría la batalla y
Hallorien, sabedor de la importancia de aquel combate, golpeó a diestro y siniestro.
Los Elfos Oscuros caían decapitadas a su alrededor. Los Maestros de la Espada
golpeaban a velocidad de vértigo matando a todo el que se ponía a su alcance.
La Guardia de la Ciudad no pudo contener a los Maestros de la Espada y fue
aniquilada.
Nagga quedó rodeada por la guardia personal de Caladrian. No
tenía escapatoria pero su reacción
sorprendió a todos los altos elfos. Con una sonrisa burlona depuso las armas y
mirando lascivamente Caladrian ofreció sus manos al mago para que le pusieran
los grilletes y la apresaran.
Darathril corrió hacia la escena abandonando su regimiento de Guardia
del Mar y se dirigió a Caladrian.
- Caladrian acabemos con ella, es una elfa oscura
y he perdido buenos soldados hoy por su culpa. No merece clemencia de ningún
tipo y lo sabes.
- No está en nuestra naturaleza ser tan
despiadados como ellos. Es la diferencia entre nosotros y los druchii. Es un
enemigo vencido y se ha rendido, la llevaremos prisionera a Tor Arlieth y será Thyriol
quien decida su suerte - contestó
Caladrian al alterado capitán de la Guardia del Mar.
- Es un error Caladrian, es un tremendo error. Nos
arrepentiremos de esta decisión – replicó Darathril al mago alto elfo.
Caladrian dio la orden a los Maestros de la Espada para que la
apresaran mientras que Nagga no dejaba de mirar con su sonrisa a Darathril
mientras le tiraba un lascivo beso.
El ejercito Alto Elfo se repuso tras la batalla, reorganizó sus filas
y prosiguió con la marcha hacia la fortaleza élfica. A Caladrian le daba
vueltas la cabeza, en cuestión de horas había pasado de una navegación y
desembarco tranquilo, a perder uno de los dos lanzavirotes que había solicitado
Thyriol. Había discutido con su amigo Darathril por la decisión de hacer
prisionera a la hechicera, y para colmo aquella elfa oscura parecía contenta
con el desenlace de la batalla y su cautiverio.
¿Sería todo un plan de los druchii y Darathril
tenía razón? No, no podía ser. Ni siquiera los elfos oscuros son tan
despiadados para sacrificar un ejército como parte de un plan. Habían ganado la
batalla porque eran los Asur y eran superiores. La cobarde hechicera se había
rendido para salvar su vida. No hay otra explicación posible. – Caladrian
trataba de autoconvencerse porque no encontraba otra explicación lógica pero no
conseguía quitarse de la mente aquellos pensamientos que le atormentaban.
En el otro lado del mundo, Malekith regresó de la ventana desde la que
estaba mirando para sentarse en su trono. Ante él se encontraba una figura
envuelta en un manto oscuro que se arrodillaba ante él.
- Está hecho mi señor.
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