RELATO - Don Beltrán



Mi Señor Rey:



Lamento profundamente tener que disentir de vuestra apreciación y permitidme mi más respetuosa protesta ante lo que entiendo como una valoración injusta de mi persona y de mi servicio.
Mal habéis sido informado por aquellos que emponzoñan el nombre de mi casa. Os han trasladado referencias manipuladas de lo acontecido en el campo de batalla.
No tendré que recordar a vuestra alteza la naturaleza de nuestro oponente y lo incierto de nuestra contienda.
Esta vez, no hemos cabalgado contra apestosos Hombres Bestia ni contra descerebrados Pieles Verdes, sino a una raza que ya cultivaba el arte de la guerra antes de que el hombre existiera.

Toda la caballería disponible acudió a la llamada de las armas. Muchos de ellos aún eran bisoños y no tenían coloreada su heráldica puesto, como conoce su alteza. No fue autorizada la llamada a los Caballeros del Reino por motivos que solo su Excelencia y la Dama del Lago conocen y que no me corresponde a mi juzgar.




El sol se reflejaba el metal de los escudos de todo el ejercito que galopaba al encuentro de la muerte, propia y ajena, pero entonces el cielo se oscureció.
Los Enanos acudieron a la cita y ocultaron el sol con todos los fuegos del mismo averno.
De nadie admito juicios ni reproches pues sólo yo estaba allí y lo vi con mis propios ojos.
Proyectiles de todos los tamaños desmembraban caballeros y monturas por igual.
Fueron muchas de esas atrocidades las que la Dama desvió, pero ni siquiera Nuestra Madre pudo salvarnos de todo lo que el ingenio del enano descargó contra nosotros.
Mi pendón de general lo que atrajo todo el hierro y el fuego que nos escupieron esos barbudos, que el caos los confunda.
Mi unidad fue aniquilada, sembrando el campo de batalla de los despojos de la flor de la caballería de nuestro reino.
Fue entonces cuando no pude contener a la unidad que se deshonró en su huida, abandonados por nuestra Señora.
Pero nuestro sacrificio no fue vano.
Recogido todo el fuego del enemigo, liberado el resto del ejército, chocaron como olas en un acantilado contra las líneas enemigo, sembrando la muerte a su paso.

Si bien es cierto que el enemigo se defendió con honor, la victoria fue nuestra.




Es cierto que di la espalda al enemigo.
Es cierto que sacrifiqué a toda mi unidad para llevara al resto de mis caballeros contra los Enanos y después de cruzar el infierno más tenebroso, di la espalda al enemigo.
Es cierto que gracias a mi sacrificio esta tierra sigue siendo vasalla de su alteza y después de alcanzar una victoria para mayor honra y Gloria de nuestro Reino, podremos volver a la lucha otro día.
Es por eso que ruego a vuestra alteza que nos valore con justicia puesto que la honra de Bretonia se ha pagado con el mas alto de los precios y con la mas valiosa de las monedas.

Don Beltrán 
Duque de Monforte






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