EL ASCENSO DE THYRIOL






Refugiándose en su capa, Thyriol observó el horizonte. Aquella era una tierra fría. Mientras las estrellas iban apareciendo en el firmamento tras los últimos rayos de sol, se preguntó si también él estaba destinado a morir en aquella tierra yerma y abandonada.

Se agachó y tocó la fría tierra con sus dedos. Siglos atrás, su antepasado y príncipe élfico Charill de Cracia luchó y murió en el Viejo Mundo durante la Guerra de la Barba. Ahora Thyriol se hallaba en la vanguardia de las fuerzas élficas de Tor Arlieth. Como hechicero adepto había sido enviado para desarrollar aptitudes que ya no podía adquirir en la Torre de Hoet. Necesitaba conocer y enfrentarse a los peligros del mundo en misiones de exploración y lucha contra las fuerzas del Caos para poder llegar a ser un Maestro del Saber algún día.

Thyriol recordó el arduo viaje desde la costa hasta Tor Arlieth. La antigua fortaleza élfica situada al sur de Athel Toralien (actual Marienburgo). La fortaleza se situaba cerca del Paso del Mordisco del Hacha. Ese paso es la ruta principal entre el Imperio y Bretonia, ya que por ella transitan las caravanas de mercaderes procedentes principalmente de la provincia de Reikland en su parte Imperial en dirección a la ciudad de Montfort, y del ducado de Montfort en su contraparte Bretoniana con destino principalmente a la ciudad de Bögenhafen.


Después de llegar hasta la fortaleza desde Ulthuan a los pocos días localizaron un asentamiento de Hombres Bestia y Thyriol pensó que era una situación propicia para movilizar las tropas élficas.

Habían avanzado sin descanso durante tres días, siguiendo el traicionero camino de un oscuro río mientras éste serpenteaba entre las montañas. Cuando llegaron al valle donde se encontraba el asentamiento de los Hombres Bestia allí ya no había nada y fue entonces cuando tuvo lugar el desastre. Mientras el pequeño grupo de elfos se aproximaba al asentamiento, les atacó una manada de bestias que aparecieron de la nada. Consiguieron rechazar a las repugnantes criaturas, pero algunos de sus elfos cayeron bajo la lluvia de flechas negras y la ferocidad de la repentina emboscada.


Thyriol organizó la formación defensiva por si las bestias se reagrupaban para volver a atacar. Durante todo el día estuvo escudriñando el cielo, pero no había ni rastro del enemigo. Al atardecer, las colinas que rodeaban su posición retumbaron con el tronar de los tambores y el bramar de los cuernos de guerra. Sus exploradores le informaron que la hueste de Hombres Bestia estaba avanzando hacia su posición. Se reunió con su primo Koradrel, un experimentado guerrero de Cracia y pensaron en la estrategia. Thyriol dispuso los centinelas y acampó para pasar la noche, a la espera del amanecer...



Al salir el sol, la gélida neblina que había cubierto el valle durante toda la noche calaba los huesos y los corazones de los guerreros de Thyriol. El hechicero empezó a manipular los vientos de la magia para hacer que la niebla se disipase poco a poco. Hacia el oeste, el ancho valle se extendía hasta la línea del río. Un centinela llegó corriendo desde el borde del campamento. «Señor, el enemigo se prepara. Puedo verlos emplazando sus arqueros en esa colina». Thyriol permaneció en silencio. Observó al mensajero y recordó la emboscada del día anterior, la sangre, el miedo y los compañeros muertos. Mientras se ceñía la espada y se preparaba para vender cara su vida, pudo oír un poderoso grito que parecían los rugidos de cientos de leones. El triunfante grito resonó en todo el valle. Era el grito de guerra de los Melenas Grises, el regimiento de Leones Blancos de Koradrel. La visión de los Melenas Grises deseando entrar en batalla reconfortó el espíritu del resto de elfos que se lanzaron contra los Hombres Bestia antes de que terminaran de emplazarse. Esta vez no era una emboscada en la que les habían pillado por sorpresa. Ahora estaban cara a cara y a pesar de estar en inferioridad, aquellas desorganizadas bestias no eran rival para los disciplinados elfos ni la magia de Thyriol. En menos de una hora las bestias yacían muertas por el campo de batalla sin ningún superviviente mientras que en el bando élfico no habían tenido apenas bajas. Tras la batalla ,y sin descanso, emprendieron el regreso a la fortaleza de Tor Arlieth.


«¿Señor?». Thyriol interrumpió sus pensamientos. Aún estaba agachado y con sus dedos hundidos en aquella fría tierra. Ante él había un joven lancero elfo. Sus facciones endurecidas indicaban que era de familia noble. Thyriol se puso en pie y asintió. «Los centinelas informan de movimientos de tropas enanas hacía el norte, en principio no parecen hostiles».  Desde su posición estaban a solo media jornada de la fortaleza y sabía que no debía correr riesgos innecesarios. Thyriol se dirigió al mensajero. «Bien, hermano. Seguiremos con la marcha de regreso a la fortaleza, pero no perdáis de vista a esos enanos e informadme en todo momento de sus movimientos».
Thyriol se dio la vuelta y mientras regresaba a su tienda recordó a su antepasado caído en la guerra contra los enanos. Ante aquel recuerdo no pudo evitar sentir un poderoso deseo de venganza. Inconscientemente esbozó una sonrisa mientras entraba en su tienda a la vez que murmuraba; «Venganza».

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